viernes, 8 de abril de 2011

Patachica colalarga


Patachica, juguetón, quiso esconderse para que sus hermanos y amigos no lo descubrieran pero, como solía ocurrirle con frecuencia, olvidó recoger su larga cola.
Ojos Grandes, su pequeña vecina, lo miraba amigable y compasiva.
-¿Cómo es que tengo esta cola tan larga? –preguntaba con enojo el ratoncito.
-¡Colalarga! Deberías llamarte Colalarga –bromeaban a coro los demás.
-No hagas caso –repetía Ojos Grandes tratando de consolarlo. Pero él se retiraba invariablemente molesto, en silencio.
Entonces Patachica se encerraba en su habitación. Sólo ahí, lejos de las bromas de los demás, se sentía tranquilo.
Cierto día, un ruido extraño llegó hasta su refugio. El ruido llegó acompañado por un olor bastante conocido por él: ¡Gato! ¡Olía a gato!
Salió a toda carrera para prevenir al grupo de pequeños roedores que jugaban en la calle, en la acera de enfrente.
Un gato grande estaba a punto de saltar sobre ellos. Patachica chilló lo más agudo que pudo para avisarles, al tiempo que les lanzaba su larga cola, hasta alcanzarlos.
Ante el grito de alerta del ratoncito todos voltearon y, asustados ante la presencia del felino, lo único que atinaron hacer fue asirse de la cola que se les presentaba enfrente de sus temblorosos bigotes.
Patachica, con gran esfuerzo, tiró de ella levantándolos a todos, y jalándolos hacia sí.
¡Justo a tiempo! El enorme gato se elevaba por los aires en un gran salto para atraparlos. Cayó en el piso vacío, desconcertado.
Ahora, Ojos grandes, su amiga, aplaude entusiasmada mientras Patachica juega a ver cuántos ratones puede sostener su cola.
A Patachica no le molesta más que lo llamen Colalarga. Lo llaman así con gran cariño. Nadie ha vuelto a burlarse de su cola tan larga, como su valentía.

jueves, 7 de abril de 2011

Saltapatrás


Saltapatrás, el saltamontes, quería nuevo vestuario. Ya estaba en edad de tener su primera muda. El problema era lo singular de su deseo: soñaba con un traje sedoso y brillante del color del sol. También deseaba brincar hacia delante, al igual que los demás saltamontes.
Saltaligera y Saltaveloz, papás del pequeño insecto, se reían de sus ocurrencias ¿Cuándo se había visto un saltamontes que brillara?
-Ya se le pasará –dijo Saltaveloz-. Pronto se dará cuenta que eso no es posible.
-Terminará por acostumbrarse a brincar hacia atrás –añadió doña Saltaligera- Desde que nació no ha saltado de otra manera.
Saltapatrás, desalentado, se dirigió al llano en busca de una rama donde cambiar de piel. Intentó brincar hacia delante sin lograrlo. Desde su nacimiento, todo lo realizaba justo al revés.
Con mil dificultades, consciente de que por algo lo habían nombrado Saltapatrás, logró sacarse la piel vieja. Dio unos cuantos brinquitos, ¡y lo hizo hacia delante! ¡Por fin logró saltar como toda su familia!
Se sintió tan contento que, con el borde duro de su ala derecha, raspó la vena rugosa como lima de su ala izquierda, y se puso a cantar.
En ese preciso momento pasaba por ese lugar una mariposa dorada que, encantada por el hermoso canto del saltamontes, inició un vigoroso baile en pleno vuelo, dejando caer algunas escamas doradas sobre el nuevo y fresco traje del insecto, prendiéndose de él.
Saltapatrás regresó a su casa saltando en línea recta hacia delante, y con ropa nueva y tan brillante como el sol.