viernes, 25 de marzo de 2011

Lunes por la mañana


Es lunes por la mañana
y el problema va a empezar
cuando está cerca la hora
en que a la escuela hay que llegar.

Se avecina una tormenta,
cuando tienen que cargar
las mochilas con los libros
y alguien viene a patalear:

Mis libros… ¿Dónde están?
¡Mi goma de borrar!
No encuentro mi reloj
¡Mi hermano lo escondió!


¡Qué barbaridad! peleado se van.
¡Qué barbaridad! peleado se van.


El camino es imposible,
pues no paran de pelear.
En la combi, las personas,
se empiezan a incomodar.

El hermano, como siempre,
no se deja ni sonar;
se limpia con la manita
¡y a su hermana fue a embarrar!

¡Mamá! ¡Fíjate bien!
¡De nuevo él empezó!
¡Ya ponlo en su lugar!
Si no, lo pongo yo.


“Tú eres la mayor, mejor cuida de él”.
¡Qué tráfico hay! ¡La esquina, chofer!
¡Por favor, mamá, no quiero llegar!
Es lunes, y aquí ¡se acabó la paz!

miércoles, 23 de marzo de 2011

Las tunas de la paz

Doña Lechuza se puso muy contenta cuando doña Golondrina la invitó por primera vez a cenar a su casa. Su amiga le habló de un gran nopal de tunas rojas a la entrada, como referencia.
-Pero ten cuidado de no equivocarte de nopal –le dijo la golondrina. -Junto al mío hay uno de tunas amarillas; ahí vive el halcón Peregrino, quien por cierto ya se ha comido a varios vecinos.
Doña Lechuza, tímida por naturaleza, no se atrevió a confesar a su anfitriona que era incapaz de reconocer más colores que los diversos tonos de gris.
Oscurecía cuando llegó frente a los nopales referidos. Se quedó muy quieta, tratando de adivinar cuál de las dos casas era la de su amiga; cuál de los dos nopales tenía tunas rojas y no amarillas.
Entre tanto, el halcón, que volaba en lo alto, la reconoció con su aguda vista. Recordó que las lechuzas tienen muy buen oído, y se preparó para caerle encima en silencioso vuelo, y atraparla en picada.
Se abalanzó con gran rapidez. La lechuza, a punto de ser atrapada, percibió un sonido extraño, y se hizo a un lado, así que el halcón no pudo esquivar los nopales .
Quedó atolondrado y dolorido en medio de las espinosas pencas.
El ave nocturna, además de tímida, era muy noble. Llamó a la golondrina con premura y entre las dos, con sus picos, sacaron todos los ahuates del cuerpo del halcón Peregrino.
Agradecido, cada vez que está a punto de oscurecer, va en busca de sus dos nuevas amigas para disfrutar con ellas las dulces tunas de los dos nopales.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Wanaiguana

Wanaiguana corría de un lado para otro, sin saber qué hacer. El frió no le permitía pensar con claridad.
Por curiosa y traviesa se trepó a un camión, metiéndose en un canasto que despedía un delicioso olor a hierbas frescas y, golosa, perforó las aromáticas hojas con gran deleite y fue ingiriéndolas sin prisa, hasta quedarse dormida.
El suave bamboleo la arrulló. No fue sino hasta que sintió que la levantaban con todo y canasto, que despertó.
Antes de que la descubrieran, pegó un brinco y se escabulló entre la gente, asustada y desconcertada por la ausencia de calor ¡Se encontraba en algún lugar de la Tierrafría!
En medio de su loca carrera, se topó con un tendedero donde algún niño había colgado la ropa de sus muñecos. Pegó un brinco y se metió en un abrigo diminuto, suficiente para ella; encontró un par de pequeñísimas botas y unos guantes, y se los puso de inmediato.
Ni así entró en calor. Entonces recordó el acento de la gente del lugar donde ella vivía. Había notado que donde se encontraba ahora era totalmente distinto.
Corrió  hasta el lugar donde paró el autobús y, escondida tras unas cajas, esperó a escuchar voces con la cadencia de las personas de la Tierracaliente.
No tardó en llegar un grupo muy alegre y bullanguero ¡Era el acento conocido perfectamente por ella! Se llenó de gusto y se aprestó a trepar sin ser vista.
Wanaiguana se deslizó dentro de una bolsa llena de fruta que cargaba una bonita morena robusta y bajita. Se acurrucó y, ¡claro! Se despachó el alimento.
Cuando el camión llegó a su fin, cuando pudo sentir que la piel se le perlaba de sudor, ni siquiera se cuidó de no ser vista. Rápida y veloz corrió hasta llegar el campo.
Sobre alguna piedra caliente, bañada por los anaranjados rayos del sol, wanaiguana sonríe aliviada de vez en cuando, al recordar su fría aventura.

lunes, 14 de marzo de 2011

CocoRock

LyM Elba Rodríguez
Arreglos y acompañamiento: Grupo Gabán

Cocoró es la gallina
más tranquila del corral.
(Tranquila, muy tranquila).

Cacarea quedo sus huevos
siempre en el mismo lugar.
(Quedito, muy quedito)

Con sus plumas bien peinadas,
Cocoró es muy formal.
A sus pollos, formaditos,
no los deja ni piar.
(No, no, no. No, no, no)

Una noche muy oscura
la gallina despertó.
(Oscura, muy oscura)

Llegó un perro bandolero,
y a todos los asustó.
(Un perro, bandolero).

Se escucharon alaridos,
todo el mundo se asomó:
Cocoró estaba bailando,
y el relajo ya se armó.
(¡Ya se armó! ¡Ya se armó!)

Cocoró se revolcaba
de tanto que le gustó.
(Contenta, muy contenta).

Con sus plumas despeinadas
ya nada le molestó.
(Despeinada, despeinada).

Con la banda de ese perro
ya no para de bailar.

Ahora baila noche y día
sus pollos van a corear:
¡Coco rock! ¡Coco rock! ¡Cocorooock!

domingo, 13 de marzo de 2011

El que ríe al último…

Mobuto, el elefante, se sumergió en el estanque por completo. Sacó su larga trompa para respirar, mientras se abandonaba al sueño.
Malala, el chango bromista de la selva, lo observaba con un brillo especial en los ojos, pícaro, desde la copa de un alto manglar.
Arrancó un mango de regular tamaño, midiendo la distancia para dispararlo. Buscó acertar en el blanco propuesto: los delicados labios entreabiertos de la trompa del pequeño elefante.
El mono brincaba de gusto sobre las ramas, disfrutando de antemano la broma que estaba a punto de jugarle a su amigo. Preparó el cuerpo, encogió el brazo, mientras contaba: uno, dos…
El fino oído de Malala advirtió los movimientos de su amigo, desde antes de meterse al agua. Conocía el carácter bromista del chango, así que estaba atento a las intenciones de éste.
…¡Tres! –terminó de contar Malala lanzando el mango, pero el pequeño elefante ya estaba listo para recibirlo. Más rápido que un rayo, lo regresó hasta el punto de donde provenía.
El chango, totalmente desprevenido, fue derribado por el impacto. Cayó sobre un panal de avispas africanas y, con éstas tras él, de un gran salto quedó en el estanque, atolondrado, justo a un lado de Mobuto, que no paraba de reír ante el desconcertado y embromado mono.

sábado, 12 de marzo de 2011

Mariana y Arturo

La rana Mariana salió de árbol para escuchar a gusto el canto de más de cien anuros que brincaban alegres bajo la lluvia.
Estaba lista para descender y unirse a los demás sapos y ranas, cuando descubrió en el estanque, apartado de todos, a Arturo, el anuro.
La rana descendió por el tronco hasta alcanzar a su amigo, quien con voz triste le dijo:
-Ni siquiera sé cantar ¿Qué clase de sapo soy?
-¡El mejor nadador! -Dijo Mariana animada. –Te he observado y sé que nadie te iguala en el nado. No sabes cuánto admiro tu destreza. Yo, por mi parte, no sé nadar, pero no me preocupo por eso.
-¡Pero eres la mejor trepadora de árboles!  -contesto Arturo con emocionada voz. – ¡Siento una gran admiración por tu habilidad!
-La admiración es recíproca, por lo que veo –dijo la ranita -¿Qué tal si nos organizamos con los demás anuros para desarrollar cada quien lo que mejor sepa hacer?
-¡Ancas a la obra! –contestó Arturo.
Cuentan que desde entonces el estanque donde habitan Mariana y Arturo se ha vuelto muy popular, pues ahí se dan cita miles de anfibios sin cola, haciendo cada quien lo que mejor sabe hacer, sólo por diversión, sin complejos por lo que no son capaces de realizar.

viernes, 11 de marzo de 2011

Las alas de las Estrellas


Una noche, en lo alto del cielo,  dos pequeñas estrellas platicaban muy animadas, tramando travesuras.
-¡Yo quiero conocer de cerca el mundo! Vamos ahora que mamá se está tardando en arreglarse –decía la más pequeña.
-¡Sale y vale! –contestó animada la mayor. –Pero si nos descubren no vayas a echarme la culpa como siempre, ¿eh? –le advirtió sentenciosa.
-Yo no te echo la culpa –respondió indignada la hermanita- Como eres más grande que yo, todos suponen que tú eres la que promueve las travesuras. Como si yo no tuviera ideas propias.
Comenzaron a descolgarse del manto pero, por la prisa de no verse descubiertas, la más pequeña tropezó precipitándose al vacío, entre gritos que se sofocaban por la velocidad, mientras arrastraba a muchas estrellas más con ella.
La Luna salió inquieta, pero era demasiado tarde.
La luna madre reprendió a la otra estrella que cintilaba por el miedo de lo acontecido. Ésta entró en terror y se dejó caer al vacío.
La Luna, desesperada, pidió ayuda a la Naturaleza.
-No puedo hacer gran cosa –le contestó con compasiva voz– Son demasiadas. Controla a las demás mientras pienso que hacer.
-¡Pero todas son mis hijas! –urgía la madre con dolorida voz.
-Puedo dotarlas de alas antes de que toquen tierra firme. Por lo menos evitaremos que mueran al estrellarse. Pero, te advierto, no podrán volver a ocupar su lugar en el cielo.
-¡No importa! –Replicó la Luna-. Lo único verdaderamente importante es que no mueran. ¡Sálvalas, por favor!
La Naturaleza envolvió con su magia a los pequeños astros convirtiéndolos en diminutos insectos alados y luminosos.
Cuentan que desde entonces, gracias al amor y desapego no egoísta de la Luna madre, existen las luciérnagas, que con su luz buscan el camino por dónde regresar al firmamento.

jueves, 10 de marzo de 2011

Archaeopteryx

-¡Cómo quisiera volar! –Decía entre suspiros el pequeño Archaeopteryx ante la risa de los demás animales que mascaban grandes hojas.
-¡Tú sí que vas rápido! –Le dijo un enorme sapo. –Recién acaban de salirte patas para que andes fuera del agua, en tierra firme, y ya quieres volar.
-Si fue posible que primero nadara y luego caminara, ¿por qué no habría de volar? –contestó mientras ensayaba el vuelo.
-¡Nadie vuela! –dijo un bípedo, moviendo burlón las dos pequeñas patas anteriores simulando batir de alas, mientras daba brinquitos con sus largas extremidades posteriores.
-¡Mi primo el Pterodáctilo sí vuela! –dijo con enojo Archaeopteryx.
-No vuela, planea simplemente –agregó el sapo con pereza.
Archaeopteryx trepó a un árbol y durante largo rato se quedó contemplando el horizonte. “El que persevera, alcanza” pensó, y brincó agitando sus patas delanteras.
Sin desfallecer, repitió cada día la operación durante miles de años, hasta que pudo notar unas plumas pequeñitas que comenzaban a crecer en su cuerpo.
Siguió corriendo y trepando árboles sin desfallecer, hasta que llegó el momento en que finalmente pudo elevarse, ante la admiración y respeto de los demás.
Así, perseverando, logró convertirse en la primera ave, de largas alas y hermosos colores en sus plumas.

Pardo y Rarela

Pardo, el guepardo cachorro de la selva, acechaba a la pequeña gacela que se había detenido a beber agua del riachuelo.
Se preparó para lanzarse sobre ella en desenfrenada carrera, con la intención de apresarla, pero Rarela, de agudo oído, en un dos por tres pegó unos cuantos saltos y antes de que el guepardo pudiera alcanzarla, volteó para dejarse caer sobre su travieso amigo.
Rodaron entre risas sobre la hierba, hojas y varas, en medio de divertido juego.
Pardo lanzaba manotazos con sus garras extendidas, cuidándose de no lastimar a Rarela, mientras ella, con su suave hocico y sus incipientes brotes de cuernos hacía cosquillas al felino.
Un fuerte rugido sacudió a la jungla, separándolos.
-¡Es mi mamá! –exclamó asustado el guepardo. -¡Es mejor que te vayas, antes de que me pida que te atrape y te lleve a casa para cenarte esta noche!
No acababa aún de decir esto cuando, por el lado opuesto de donde provino el rugido, vieron a una gacela adulta correr enfurecida hacia ellos.
-¡Corre, Pardo, corre! –dijo angustiada Rarela. -¡Mi mamá cree que me estás atacando y viene dispuesta a lastimarte con sus fuertes patas!
El felino cachorro corrió tan rápido como pudo, dejando atrás a la enojada gacela mamá de Rarela.
Ya grandes, Pardo y Rarela siguen jugando y, para disimular, el enorme gato hace como que va a devorarla, mientras ella finge huir en desesperada carrera. Pero cada vez que se encuentran a solas, retozan felices entre hierbas, hojas y varas.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Al ritmo de la música


Naya se enroscó en el pasto disponiéndose a disfrutar de una buena siesta, cuando un sonido de pasos que se acercaban la puso en estado de alerta.
Silenciosa, se estiró siseando, mientras desde su mancha en forma de anteojos de la parte posterior de su capucha parecía observar detenidamente hacia el lado contrario.
Descubrió a una niña morena que, con una flauta en la mano, se acomodaba plácidamente sobre las abultadas raíces de un gran árbol.
La cobra se deslizó hasta quedar frente a ella. Entonces se irguió.
Naguibe abrió los ojos muy asustada, paralizada por el miedo. Quiso gritar, pero la mirada fija de la víbora la dejó boquiabierta.
-¿Por qué no tocas la flauta? –Preguntó Naya con su lenta y suave voz.
Naguibe no podía articular palabra.
-¡Anda! –insistió la cobra negra. –Hace mucho que no bailo, y seguro te habrán contado cuánto nos gusta la música a las de mi especie, ¿verdad?
La niña comenzó a tranquilizarse con la pausada voz de Naya.
-Pero… ¿No vas a morderme? –Preguntó la niña, desconfiada.
-Nunca muerdo a quien carga una flauta. Ya te dije que me gustaría muchísimo que tocaras algo.
La pequeña niña hindú tomó su flauta y comenzó a interpretar una suave melodía.
-Algo con ritmo más movido –le urgió Naya.
Entonces Naguibe cambió la melodía, haciéndola más alegre.
Naya se contoneaba muy contenta al ritmo de la música, mientras Naguibe tocaba sonriente, ya sin pizca de miedo.
Luego de tocar alrededor de una hora, la “víbora con anteojos” fue cerrando poco a poco los ojos, hasta quedarse dormida, bien enroscada sobre el pasto.
No hay día que Naguibe salga de casa sin cargar su flauta. Al cruzar cualquier camino, baila al ritmo de la alegre música que no para de interpretar hasta alcanzar su destino.