jueves, 10 de marzo de 2011

Pardo y Rarela

Pardo, el guepardo cachorro de la selva, acechaba a la pequeña gacela que se había detenido a beber agua del riachuelo.
Se preparó para lanzarse sobre ella en desenfrenada carrera, con la intención de apresarla, pero Rarela, de agudo oído, en un dos por tres pegó unos cuantos saltos y antes de que el guepardo pudiera alcanzarla, volteó para dejarse caer sobre su travieso amigo.
Rodaron entre risas sobre la hierba, hojas y varas, en medio de divertido juego.
Pardo lanzaba manotazos con sus garras extendidas, cuidándose de no lastimar a Rarela, mientras ella, con su suave hocico y sus incipientes brotes de cuernos hacía cosquillas al felino.
Un fuerte rugido sacudió a la jungla, separándolos.
-¡Es mi mamá! –exclamó asustado el guepardo. -¡Es mejor que te vayas, antes de que me pida que te atrape y te lleve a casa para cenarte esta noche!
No acababa aún de decir esto cuando, por el lado opuesto de donde provino el rugido, vieron a una gacela adulta correr enfurecida hacia ellos.
-¡Corre, Pardo, corre! –dijo angustiada Rarela. -¡Mi mamá cree que me estás atacando y viene dispuesta a lastimarte con sus fuertes patas!
El felino cachorro corrió tan rápido como pudo, dejando atrás a la enojada gacela mamá de Rarela.
Ya grandes, Pardo y Rarela siguen jugando y, para disimular, el enorme gato hace como que va a devorarla, mientras ella finge huir en desesperada carrera. Pero cada vez que se encuentran a solas, retozan felices entre hierbas, hojas y varas.

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