domingo, 13 de marzo de 2011

El que ríe al último…

Mobuto, el elefante, se sumergió en el estanque por completo. Sacó su larga trompa para respirar, mientras se abandonaba al sueño.
Malala, el chango bromista de la selva, lo observaba con un brillo especial en los ojos, pícaro, desde la copa de un alto manglar.
Arrancó un mango de regular tamaño, midiendo la distancia para dispararlo. Buscó acertar en el blanco propuesto: los delicados labios entreabiertos de la trompa del pequeño elefante.
El mono brincaba de gusto sobre las ramas, disfrutando de antemano la broma que estaba a punto de jugarle a su amigo. Preparó el cuerpo, encogió el brazo, mientras contaba: uno, dos…
El fino oído de Malala advirtió los movimientos de su amigo, desde antes de meterse al agua. Conocía el carácter bromista del chango, así que estaba atento a las intenciones de éste.
…¡Tres! –terminó de contar Malala lanzando el mango, pero el pequeño elefante ya estaba listo para recibirlo. Más rápido que un rayo, lo regresó hasta el punto de donde provenía.
El chango, totalmente desprevenido, fue derribado por el impacto. Cayó sobre un panal de avispas africanas y, con éstas tras él, de un gran salto quedó en el estanque, atolondrado, justo a un lado de Mobuto, que no paraba de reír ante el desconcertado y embromado mono.

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