jueves, 10 de marzo de 2011

Archaeopteryx

-¡Cómo quisiera volar! –Decía entre suspiros el pequeño Archaeopteryx ante la risa de los demás animales que mascaban grandes hojas.
-¡Tú sí que vas rápido! –Le dijo un enorme sapo. –Recién acaban de salirte patas para que andes fuera del agua, en tierra firme, y ya quieres volar.
-Si fue posible que primero nadara y luego caminara, ¿por qué no habría de volar? –contestó mientras ensayaba el vuelo.
-¡Nadie vuela! –dijo un bípedo, moviendo burlón las dos pequeñas patas anteriores simulando batir de alas, mientras daba brinquitos con sus largas extremidades posteriores.
-¡Mi primo el Pterodáctilo sí vuela! –dijo con enojo Archaeopteryx.
-No vuela, planea simplemente –agregó el sapo con pereza.
Archaeopteryx trepó a un árbol y durante largo rato se quedó contemplando el horizonte. “El que persevera, alcanza” pensó, y brincó agitando sus patas delanteras.
Sin desfallecer, repitió cada día la operación durante miles de años, hasta que pudo notar unas plumas pequeñitas que comenzaban a crecer en su cuerpo.
Siguió corriendo y trepando árboles sin desfallecer, hasta que llegó el momento en que finalmente pudo elevarse, ante la admiración y respeto de los demás.
Así, perseverando, logró convertirse en la primera ave, de largas alas y hermosos colores en sus plumas.

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