Elba Rodríguez Ávalos
-Pero
ten cuidado de no equivocarte de nopal –le dijo la golondrina. -Junto al mío
hay uno de tunas amarillas; ahí vive el halcón Peregrino, quien por cierto ya
se ha comido a varios vecinos.
Doña
Lechuza, tímida por naturaleza, no se atrevió a confesar a su anfitriona que
era incapaz de reconocer más colores que los diversos tonos de gris.
Oscurecía
cuando llegó frente a los nopales referidos. Se quedó muy quieta, tratando de
adivinar cuál de las dos casas era la de su amiga; cuál de los dos nopales
tenía tunas rojas y no amarillas.
Entre
tanto, el halcón, que volaba en lo alto, la reconoció con su aguda vista.
Recordó que las lechuzas tienen muy buen oído, y se preparó para caerle encima
en silencioso vuelo, para atraparla en picada.
Se
abalanzó con tal rapidez, que no pudo esquivar los nopales cuando la lechuza, a
punto de ser atrapada, percibió un sonido extraño, y se hizo a un lado con
rapidez.
El
halcón quedó atolondrado y dolorido en medio de las espinosas pencas.
El
ave nocturna, además de tímida, era muy noble. Llamó a la golondrina con
premura y entre las dos, con sus picos, sacaron todos los ahuates del cuerpo
del halcón Peregrino.
Agradecido,
cada vez que está a punto de oscurecer, va en busca de sus dos nuevas amigas
para disfrutar con ellas las dulces tunas de los dos nopales.
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