sábado, 26 de febrero de 2011

Un rayo de sol para espantapájaros

Elba Rodríguez Ávalos

El viejo y olvidado espantapájaros se encontraba lleno de aves. De su improvisado sombrero caían trozos de paja. Intentó sacudírselos, pero sus tiesos brazos de palo de escoba pesaban demasiado por el montón de pájaros encima de ellos.
Rayo de Sol, la pajarita más pequeña, comenzó a picarle los ojos, y la nariz, indiferente, como quien pica un cacho de fruta de un plato.
-¡Ay! –Se quejó el muñeco.
-¿Quién dijo “ay”? –preguntó en voz alta la avecilla, volteando para todos lados.
-¡Pues quién ha de ser! ¡Yo! Me estás picando y me duele.
-¿Tú? ¿El espantapájaros? –preguntó de nuevo con gran asombro ella, abriendo los ojos como se despliegan los caleidoscopio. –Mis papás dicen que eres un muñeco, un hombre de a mentiritas, y que no sientes nada porque eres de palo.
-Soy un hombre de a mentiritas, pero un espantapájaros de a deveritas -respondio con indignación-  ¡Pero me duele! -gimoteó con exageración.
-¡Pobrecito de ti! -dijo la avecilla compadecida, cambiando el tono por uno de temor ensayado- ¿Me debo asustar? –preguntó con duda.
-¡Mmmmmm! –gruñó el muñeco con enojo. -¡Deberías! Pero basta mirarte para saber que no asusto a nadie. Hace tanto tiempo que estoy aquí, que mi presencia es como la de cualquier árbol, cualquier matorral... cualquier cosa. Así que ya ni me molesto de que se me trepen encima. Pero comenzaste a picarme los ojos ¡Es el colmo! -dijo francamente molesto- Que se me paren en los brazos y el sombrero y se pongan a cantar, ¡es muy bonito! Pero, que ya hasta me piquen, sin ningún respeto… ¡No se vale! –dos lágrimas corrieron por sus mejillas descoloridas y llenas de polvo.
-No llores, por favor -le dijo Rayo de Sol– Yo no sabía que sí sientes, ¡discúlpame!
-Ando muy sentimental -contestó el muñeco ensayando una sonrisa La verdad es que me siento muy solo. Se me trepan, y ni cuenta se dan que veo, escucho, siento...
-Pues no estás solo. No señor. Ahora mismo le digo a mi familia que tenga cuidado cuanto alguno de mis hermanos se trepe encima de ti. Aquí estaré yo a diario para platicar contigo. Además, me sé muchos cantos que puedo dedicarte -dijo sonriente y satisfecha.
Y cuentan los que cuentos cuentan, que desde entonces las aves se han hecho grandes amigas de todos los espantapájaros del mundo.
Si no me crees, cuando vayas al campo observa cómo revolotean alrededor de ellos, aves de todos tamaños y colores, en medio de un gran algarabía.

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