Patachica, el ratón más juguetón, quiso esconderse
para que sus hermanos y amigos no lo descubrieran pero, como solía ocurrirle
con frecuencia, olvidó recoger su larga cola, tan larga como cortos eran sus
pies.
Por supuesto, lo descubrieron y, además, volvieron
a burlarse de su kilométrica cola.
Ojos Grandes, su pequeña vecina, lo miraba
amigable y compasiva.
-¿Cómo es que tengo esta cola tan larga?
–preguntaba él con desaliento.
-¡Colalarga! Deberías llamarte Colalarga, Colalarga,
Largacola, largalargacola… –coreaban los burlones.
-No hagas caso, sabes que te quieren, pero les
encanta molestar –dijo Ojos Grandes con consoladora voz.
Pero el ratón se retiraba invariablemente molesto,
amargo, triste, en silencio.
Entonces Patachica se encerraba en su habitación.
Sólo ahí, lejos de las bromas de los demás, se sentía tranquilo.
Cierto día, un ruido extraño llegó hasta la morada
de los ratones. El ruido llegó acompañado por un olor bastante conocido por él:
¡Gato! ¡Olía a gato!
Patachica Colalarga salió a toda carrera para
prevenir al grupo de pequeños roedores que jugaban en la calle, en la acera de
enfrente.
Un gato grande estaba a punto de saltar sobre
ellos. Patachica chilló lo más agudo que pudo para avisarles, al tiempo que les
lanzaba su larga, larga cola, hasta alcanzarlos.
Ante el grito de alerta el resto de la ratonil
familia temblaba asustada. Instintivamente se asieron de la cola que, como
fuerte soga se les presentaba de manera providencial.
Patachica, con gran esfuerzo, poniendo toda su
energía, tiró de ella levantándolos a todos, y jalándolos hacia sí.
¡Justo a tiempo! El enorme gato se elevaba por los
aires en un gran salto para atraparlos. Cayó en el piso vacío, desconcertado.
Ahora, Ojos grandes, su amiga, aplaude entusiasmada
mientras Patachica Colalarga juega a ver cuántos ratones puede sostener en su
ahora admirada fuerza proveniente de su cola.
A Patachica no le molesta más que lo llamen
Colalarga. Lo llaman así con gran cariño. Nadie ha vuelto a burlarse de su cola,
tan larga como su valentía.
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